La mirada afónica

En la trayectoria literaria de Jorge Andreu, La mirada afónica (2016) constituye un cambio de tono poético y de temática. Considerado por el autor su mayor acierto poético hasta la fecha, ofrece una lectura del mundo actual filtrada por una mirada que siente el dolor ajeno como propio. Desde una visión inicial en que el sujeto poético se desdobla en la imagen de un escritor observada desde fuera, el libro se sumerge en tres etapas como el oído que se oculta bajo el agua y cada vez oye menos del exterior, hasta el momento final en que el desdoble sale a relucir desde la otra cara. 

En este poemario donde el verso libre ha ganado terreno a las formas clásicas de los libros anteriores, Jorge Andreu nos propone una forma de cantar a la realidad sucia de nuestro tiempo a través de los ojos doloridos de alguien que observa las consecuencias de la deshumanización social. 

Si quieres adquirir este libro y no lo encuentras en librerías, escribe un email a contacto@jorgeandreu.net indicando tu nombre y dirección. ¡Te lo enviaremos a domicilio con dedicatoria del autor!

EL SECRETO

Os contaré un secreto:
el hombre este que escribe,
el hombre que abandona sus esfuerzos por dormir,
el que ahuyenta la sombra de sí mismo
bajo una luz elástica
que lo convenza de su caligrafía,
este hombre no soy yo.

Yo sé que le fascina la belleza,
que se oculta detrás de su inventiva,
que quiere pronunciarse y no hacer daño
porque le duelen los demás.
Y sé que en sus insomnios hay bostezos
como también hay brillo en su piel pálida.
No sé sus sentimientos, poco importan.

Miradlo: ahí sentado frente al grifo
de un termo de café. Tienen sus manos
ese temblor absurdo de la noche
que nos asalta si hemos de escribir
nuestra mejor idea antes de que se esfume.

Fijaos, en eso
creo que me parezco a este señor.

Pero es casualidad: a mí me gusta
el lento trasnochar de los chavales,
con su risa insistente y su moña coartada.
Me gustan los sudores del gimnasio,
la atroz velocidad de los ciclistas,
las máquinas de tríceps (ese extraño prodigio,
no sé decir si de escultura o de ingenieros,
con esos cuernos que las acercan a la política),
me gusta navegar por el parqué
sin pensar en la letra que me describe.

Son tantas cosas
en las que no nos parecemos.

Porque él es un artista y yo un cenutrio.

Y mientras él se rompe la mollera
tratando de escribir,
yo lo observo escondido tras la luz,
bebiendo una isotónica.

 

LAS CAMPANAS

Están tocando a misa y yo no me lo creo.

Su canto rueda alegre por la torre,
gotas de sol sonoras
que se descuelgan poco a poco
sobre la inmensa coronilla
de los fieles. Viejas de enaguas negras
con bolso carpetero. Maridos conducidos
por las cadenas del santo sacramento.
Y algún devoto solitario
bajo el ardor plomizo de la tarde.

Una muchacha pasa.
Se ajusta el pantalón al bordearme:
creerá que estoy mirando sus contornos,
pero no tengo más oídos
que los que encuadran el La reiterado,
continuo nexo entre el aire y la tierra.
Su afable pirueta rotativa
atrae la atención de unos chavales
que me acompañan en el gusto
por la música rota del badajo.

Parecerá verdad y yo no me lo creo.

La música insistente que convence a la masa
y abrasa su perfume colectivo,
el murmullo común, palabras compartidas
sin un sentido exacto
sino el de la mentira sofocada.

Emite la campana su última voltereta
y el aire recupera su entereza tupida.
La plaza de la iglesia vuelve a ser
el terreno del mundo
donde los hombres se aniquilan
y se aman como hermanos.

Más pronto ya que tarde tocarán
a muerto con la misma peripecia.
Y no me lo creeré.

Este circo de leones
y candelabros macizos
que brillan por la ausencia de quien manda.

 

DOS PERSONAJES EN BUSCA DE AUTOR

Hay dos desconocidos
en las mesas dispersas de un café.

Él observa perplejo
las manchas del vestido, que pronuncian
su figura en espera,
los músculos del hombro al aire libre,
morenos, con lunares
y la tersura agradecida al fresco,
sus ojos entrevistos
al otro lado de un mechón.
Sueña con verla sonreír
y que ese gesto sea
el principio de todo.
Ella ignora
que con un poco de trabajo
muy pronto rozará la eternidad,
y mientras tanto juguetea
con el teléfono, con el azúcar,
sin sospechar que unos ojos la espían.

Jamás conocerán un beso íntimo,
por muy hermoso que pudiera ser.

En el amor
las únicas historias que funcionan
son las que no se ven en las películas.

LAS ILUSIONES PERDIDAS

He perdido la claridad del llanto
que azotaba las noches con su púrpura,
la estrecha soledad del escritorio
donde hacían el amor las estrofas.

He perdido
la angustia consonante de mis pasos,
el rastro de mi voz ante el espejo,
mi cara enrojecida de preguntar quién soy
y qué hago en este verso, ocupando una plaza
que no he sacado por oposición
sino por intrusismo.

He perdido también
la música del aire en mis oídos
silbando una canción de amor
para que baile con las hojas caídas de los árboles.

El eco de los juegos infantiles
que ocupaban las tardes con sus horas tranquilas
a la sombra de un limonero.

Todo aquello que compuso la pieza
que suena en mi memoria cuando el silencio oprime
las pestañas, aquello
que la vida nos dio para ser fuertes
y que nos quita poco a poco,
aquellas cosas
se me han perdido en el trayecto
desde mi casa hasta la tuya,
como el beso que se evapora
después del viaje
y del que ya no queda en labio ajeno
ni un rastro de saliva.

Todo eso lo he perdido.

Y no me queda la palabra
porque hasta el verbo se ha desconjugado,
o descongestionado, que es lo mismo,
de tanto repetirse.

Dejad pasar las horas
para que vengan nuevas ilusiones
que pronto se habrán ido
sin remedio.

 

FAUSTO

Vender tu arma al diablo
para que te recargue la munición torcida
de tu nefasto empeño en ser poeta.

Otros verán de ti
a un tipo melenudo con bigote,
con barba de tres días trasnochados,
con ojos que desvían la mirada
buscando originalidad.

Pero tu imagen es la misma,
idéntico fantasma cotidiano,
que intenta presentarse ante el espejo
con fingida modestia
para causar buena impresión,
la camisa de un color elegante,
no vayan a identificar
tu ideología
y se vean afectadas
las condiciones de la empresa.

Demonio tú de calma y sumisión
bajo la fuerza irresistible
de un puesto temporal.

Y mientras tanto, tu palabra herida
por no tener un mísero adjetivo
que llevarse a la boca.

La vida era más dura que tus versos.

Y ahora que te arrastran tus pisadas hambrientas
por el campo de tiro que lleva a la oficina,
descubres en la masa informe
de tu abrigo, donde ni un solo lápiz
te ayudará a dejar tu huella,
que no te quedan balas,
que se oxidó la punta del revólver.

Tu derrota es una cláusula más
en el contrato.